Comunidad y Patria
El desafío que nuestra generación debería asumir: repensar el vínculo no contractual como núcleo fundamental de la sociedad, de la patria
En la era de las redes sociales y las aplicaciones de citas, las relaciones fugaces se han vuelto cada vez más comunes en nuestra sociedad. La cultura de la inmediatez y la superficialidad -de lo desechable, en definitiva- ha creado un ambiente en el que el compromiso pareciera no ser más que un recuerdo, ya lejano, como un cuento de nuestros abuelos. En este sentido, se ha observado una disminución en el compromiso que las personas están dispuestas a asumir en sus relaciones interpersonales. En lugar de construir vínculos sólidos y duraderos, la cultura actual fomenta la inmediatez y la búsqueda constante de nuevas experiencias, lo que implica una sostenida insatisfacción, sentimiento de soledad y falta de profundidad, como así demuestran las altas cifras de ansiedad, depresión y parejas por persona.
Todo esto plantea la pregunta de cómo afectan estas relaciones -o la ausencia de relaciones- a nuestra felicidad. ¿Es posible encontrar la felicidad en relaciones superficiales y efímeras? O, por el contrario, ¿son necesarios vínculos comprometidos y trascendentes para alcanzar una vida plena y feliz? Estas preguntas son relevantes en una sociedad en la que cada vez más personas parecen estar desconectadas y en la que el individualismo tiende a ser el valor predominante.
Abordaré el impacto de las relaciones vinculantes en la felicidad humana, desde la perspectiva de la ética eudemónica, y analizaré -no en demasiada profundidad- la obra "Un mundo feliz" de Aldous Huxley. Para ser lo más franco posible, creo firmemente que la felicidad no radica en la pura autoconfiguración y autodeterminación del ser propio como fenómeno individual, sino en configurar a otros a través de vínculos significativos y duraderos, en los que uno mismo se configura como resultado colateral, generando así una red de vínculos configurantes, que entenderemos como tejido social, fundamento de toda idea de patria.
Es importante analizar este tema, ya que la cultura de las relaciones superficiales y efímeras fomenta una sociedad que disuelve los valores humanos esenciales para la felicidad, producto del paradigma liberal. Las aplicaciones de citas como Tinder se basan en relaciones fugaces que no promueven la construcción de vínculos comprometidos y trascendentes, necesarios para una vida plena y feliz. Nos venden que es un match, cuando en realidad se trata de un snatch, un “te amo” de fin de semana, donde el interés lo comunico cuando me desvisto. Y al fin de semana siguiente, si te he visto, no me acuerdo. Y si me acuerdo, no me importa.
Sostengo firmemente la idea de comunidad como elemento esencial para la ética eudemónica. Así, lucho por defender la importancia de construir vínculos duraderos y significativos para alcanzar una vida plena y feliz, planteando el desafío que nuestra generación debería asumir: repensar el vínculo no contractual como núcleo fundamental de la sociedad, de la patria.
El marco ético en el que baso mis planteamientos es el eudemónico, propio de Aristóteles y complementado con Tomás de Aquino, buscando analizar la importancia de los vínculos comprometidos y trascendentes en la felicidad. La ética eudemónica define la felicidad como el telos -el fin último, el sentido de existencia- de la vida humana, donde la vida virtuosa es el camino a seguir, entendiendo la virtud como la práctica habitual -sostenida en el tiempo- de actos buenos, que son definidos como bienes y se desean en tanto que lo son. La virtud es un bien en la medida en que se alcanza en comunidad. Y entre los bienes individuales y los bienes comunes, lo mejor y lo deseable es lo común -pues se ordena mejor a nuestra naturaleza social-, y entre bienes comunes propios y bienes comunes compartidos, lo mejor son los bienes comunes compartidos. Luego, mientras más se pueda compartir un bien, más bien es, sin reducirse al momento de ser compartido. Entonces, hay una jerarquía de bienes, donde los más elevados son los espirituales, y los más bajos los materiales, pues los últimos se reducen cuando se comparten. Entonces, en palabras de Sto. Tomás de Aquino, Dios es el mayor de los bienes comunes, pues la necesidad de compartirlo es universal y no se puede reducir en tanto que es infinito. Luego, si la virtud es la perfección del obrar, es decir, el mayor bien del actuar -no material-, sólo puede ser bien común compartido: comunitario y no individual, con el vínculo como condición necesaria, en el que buscamos que el otro también desee la virtud. Esta relación es lo que entendemos por amistad.
En "Un mundo feliz", Huxley nos presenta una sociedad distópica en la que las relaciones interpersonales se han reducido a meros intercambios superficiales y efímeros, sin generación de vínculos. La “felicidad” se ha convertido en un valor central de esta sociedad, y se ha buscado conseguir a través de la eliminación de las emociones y de la libertad. En esta sociedad, los individuos son programados para desempeñar un papel específico en la comunidad artificial -pues no está fundamentada en vínculos, como verdadero tejido social- y no tienen la libertad de elegir su propio camino. En definitiva, la sociedad presentada en la obra es un ejemplo extremo de una cultura -en cierta medida liberal, en cierta medida marxista, lo que puede parecer paradójico, pero que no extraña cuando ninguna de las dos habla de la plenitud de la naturaleza humana- que disuelve los valores humanos esenciales para la felicidad, y muestra cómo la inmediatez y la superficialidad pueden llevar a la alienación y la insatisfacción; a una vida inhumana, en definitiva.
Volviendo a la idea central, la virtud es el bien al que debe tender el uso de nuestra libertad y camino a la felicidad a través de vínculos significativos y duraderos. Estas relaciones que nos configuran y generan una “red de vínculos configurantes”, el tejido social, que es fundamento de toda idea de patria. Así, la patria es mucho más que un territorio geográfico con bandera e himno común: es la comunidad -los vínculos- de las personas que lo habitan y su tradición, que han heredado y actualizado -un Ethos, en definitiva-.
Como he sostenido, en el corazón de la patria encontramos el tejido social, que no sólo la mantiene viva -a modo útil- sino que la define esencialmente, pues ahí se contiene el vínculo fundante (lo que le da sentido a su existencia), que nace fruto del reconocimiento de la alteridad: del otro como quien comparte mi historia, mi tradición y, por lo tanto, que me configura. Y todo quien se reconozca como parte de una patria tiene el deber moral de luchar contra cualquier forma de alienación, pues es la primera y fundamental desintegración de la herencia coterránea y la renuncia a construir vínculos sólidos que busquen la virtud y el desarrollo pleno de los demás.
Recordemos siempre que la patria no es una abstracción irreal, sino una comunidad viva y dinámica, compuesta por personas que nos necesitan -que están en profundo vínculo con nosotros- a las que debemos servir con todo nuestro ser, con la vida si fuere necesario, no por caminos de violencia, sino con el testimonio de nuestra propia vida ordenada a hacer el bien por amor a Dios y a los hombres, con espíritu fuerte y corazón dulce (Mit einem starken Geist. Mit süßem Herzen. H. Scholl).