El péndulo está roto
Siempre es posible seleccionar u omitir ciertos datos con tal de darle a la historia la forma que deseamos
Resulta cómodo pensar que la historia obedece a nuestros deseos. Buscamos leyes y normas que rijan el actuar humano del mismo modo que la manzana obedece a la ley de la gravedad mientras cae del árbol. Con los datos suficientes, somos capaces de calcular la velocidad que alcanzará un objeto si se deja caer desde un séptimo piso, pero somos incapaces de predecir con certeza cada decisión que tomará cada individuo en el próximo segundo. Si así fuera, los experimentos totalitarios basados en la ingeniería social de los siglos XX y XXI habrían resultado en éxitos rotundos, cuando, por el contrario, el panorama que se nos ofrece es un escenario de estrepitosos fracasos. La operación se complica si cambiamos la unidad de tiempo, y en vez de hablar de segundos se nos presenta el reto de anticipar las decisiones de millones de personas en los próximos minutos, horas, días, meses, años o décadas.
Si en algo fallaron el materialismo histórico de Marx, la dialéctica hegeliana, el positivismo de Comte y demás filosofías de la historia fue en su determinismo. En efecto, el proletario está demasiado ocupado decidiendo qué coche comprarse y votando a la derecha como para preocuparse por la lucha de clases; la era científica nos ha vuelto más supersticiosos que nunca, con la diferencia de que ahora preferimos al sacerdote con bata que al que viste con sotana y que en vez de diez mandamientos tenemos 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible; y no parecemos encontrar síntesis suficiente para tantas idioteces transmitidas en forma de tesis y antítesis. Por mucho que decepcione a algunos aspirantes a diosecillos, no hemos agotado las posibilidades de desarrollo de nuestro espíritu, el fin de la historia no ha llegado y estamos más cerca de alcanzar a Superlópez que al superhombre nietzscheano.
Y es que, como dice el economista norteamericano Thomas Sowell, las personas no somos piezas de ajedrez que obedecen a movimientos predefinidos y a las decisiones del ingeniero social de turno. Somos en buena medida impredecibles y nuestra capacidad de inventiva no parece tener límites, para lo bueno y para lo malo. Sin embargo, cada cierto tiempo aparece una nueva teoría que dice permitir acceder al conocimiento de las leyes que rigen la historia. La que nos ocupa hoy es la del ‘pendulazo’.
La idea es sencilla. Toda acción produce una reacción de la misma intensidad. Después de la borrachera de la izquierda woke llega la resaca de la nueva derecha. Ha llegado el momento de celebrar, nos dicen. La izquierda ha sido domesticada y la sensatez se impondrá de una vez por todas. Prepárense ustedes, que ahora viene el señor Abascal, escoltado por Mr. Trump y Milei, preparados para asaltar los cielos.
Para muchos, explicar la historia humana a partir de la tercera ley de Newton les resultará de lo más satisfactorio. Sin embargo, quienes se obcecan en ver certezas donde hay incertidumbre olvidan que para conocer la reacción de B tan solo necesitamos saber la fuerza ejercida por A, mientras que para conocer las decisiones de millones de personas en el medio plazo necesitamos contar con una cantidad infinita de información.
Me replicarán los defensores de esta idea, que ha adquirido ya el tufillo de los lugares comunes, que todo parece indicar que, efectivamente, el ‘pendulazo’ se está produciendo. Desde luego, siempre es posible seleccionar u omitir ciertos datos con tal de darle a la historia la forma que deseamos. Así lo hicieron en su día Comte, Hegel y Marx y así lo hacen hoy los aspirantes a relojeros.
Permítanme que les ofrezca una versión alternativa. Nos hemos enfrascado en una serie de batallitas culturales que nos han llevado a confundir a nuestro vecino con el enemigo. El virus de la ideología lo ha invadido todo, y nos hemos quedado sin espacios apolíticos. Nos hallamos inmersos de este modo en un concurso por ver quién da la bofetada más fuerte, dinamitando de paso lo que queda de sociedad civil.
Si la derecha parece haber reaccionado no es sino como parte de esta dinámica, y nadie parece dispuesto a parar este círculo vicioso. En efecto, lo que queda es una derecha más identitaria, nacionalista y adicta a mesianismos políticos. Y si en el lado izquierdo del ring se percibe una calma momentánea se engañan quienes creen que esto significa que ha llegado el momento de cantar victoria. El futuro, y con él las decisiones de millones de personas, es impredecible, y es bastante probable que el púgil tan solo se haya parado un segundo a coger aire, tras haber lanzado una sarta de golpes a su adversario en su rabieta incontinente. Es más, resulta también bastante probable que cuando este le devuelva el testarazo, aquel vuelva a activarse más cabreado que antes de tomarse un respiro.
Sin embargo, todo esto no son más que especulaciones. Lo que sí es seguro es que por el camino nos estamos cargando la sociedad civil y el tejido social, olvidando lo que nos une y enfatizando lo que nos separa. Lo hemos llenado todo de basura ideológica. Haríamos bien en luchar contra esto en lugar de contra nuestro prójimo. Ese sí que sería un verdadero pendulazo.
No todo es tan predecible y al calor extremo no tiene por qué seguirle el frío más exagerado. La inteligencia humana puede servir a cada persona y, después de observar los errores de una época, seguir avanzando por el camino procurando no repetirlos. La suma de la depuración de errores de los pendulazos pasados hará un comportamiento mejor.
Tanta universalización de la información y el conocimiento puede servir para una mayor responsabilidad en la convivencia social de los individuos, no limitándose a dejarse llevar por la corriente política y social que les impongan en cada momento. La suma de los comportamientos mejores de las personas hará que surjan mejores líderes. Tal vez sea el momento de plantearse que toda universalidad de la información puede para mejorar las "normas" de vida que los estados han utilizado en estos últimos siglos.