El sufrimiento como medio
Desde un punto de vista pragmático, el sufrimiento confiere una forma insustituible de aprendizaje. El que sufre conoce, pues sabe que en la vida habrá siempre sufrimiento como fruto de malas decisiones propias o ajenas, o de la propia naturaleza. De modo que una vida sin sufrir es una vida sin sabiduría. Hay, pues, tres grados por medio de los cuales se puede aprender a través del sufrimiento: el grado instintivo; el sufrimiento como medio formador del carácter, y el dolor como medio para conocer lo verdaderamente importante.
El dolor sensible es un estímulo biológico. El cerebro recibe una señal de que el cuerpo está siendo dañado y se genera una reacción instintiva que rechaza al causante del dolor. Naturalmente, el cerebro identificará al causante del dolor como algo negativo y sentirá una natural aversión hacia el mismo. Sin embargo, sólo aprender por medio del estímulo no confiere sabiduría, sino que más bien determinaría nuestro modo de actuar, basándose exclusivamente en el rechazo del dolor. Se optaría por la opción menos dolorosa posible o, lo que es lo mismo, la más placentera. El hombre que así actuara no sería libre de forjar su propia felicidad porque se vería atado a las circunstancias sensibles de su entorno y no por ellas: pasa a ser un esclavo de sus apetitos concupiscibles.
Contra todo pronóstico instintivo, el dolor puede suponer un medio para la felicidad, pues supone una forma de enriquecimiento espiritual. La experiencia del sufrimiento capacita nuestro espíritu en la resistencia y puede endurecer nuestro ánimo de búsqueda y engrandecer nuestro deseo de felicidad y, por consiguiente, el grado de la misma. De modo que se sufre para alcanzar un objetivo o, más bien, el objetivo cobra más sentido por medio del dolor; de aquí la popular frase “valió la pena”. La satisfacción de alcanzar algo por medio de lo sufrido nos da ánimos para sufrir más pesares siempre en busca de cosas que “valgan la pena”. Así, la vida va tomando carácter de modo similar a la que un hierro es martillado en la forja, dejando atrás su forma silvestre para adoptar una forma más noble: la virtud. La vida virtuosa se presenta como un constante autoperfeccionamiento en donde se sufre para superar los vicios y alcanzar los buenos hábitos. Sin embargo, aun en este grado de conocimiento por medio del sufrimiento, se puede caer en la infelicidad si el objetivo por el cual se sufre no es un camino a la plenitud del alma humana.
En ocasiones, el deseo por cosas pasajeras puede crecer como una espesa selva que no permite ver aquellos deseos que realmente llevarían a la felicidad, de modo que el hábito adquirido en función de dicho deseo no es una virtud sino un vicio. Cuando ocurre esta desviación, la imagen del conjunto, el deseo de alcanzar la felicidad, se pierde, y son los medios los que pasan a tomar el papel del fin. Se sufre en vano porque no se sufre por un fin, sino por un medio; es decir, enfocamos el medio de formación de carácter (el sufrimiento) en algo que no aporta satisfacción alguna, luego el sufrimiento es estéril. Los falsos deseos suponen una frustración del esfuerzo que se realiza, pero aun así, la falta de felicidad puede suscitar un sufrimiento que es capaz de revelar la verdadera naturaleza de los deseos vanos; el sufrimiento revela el sentido de fragilidad de las cosas sin importancia, nos muestra su carácter pasajero, vacío. De aquí que el sufrimiento nos revela lo que es realmente importante.
Así pues, el objetivo por el cual se sufre debería de tener dos características esenciales: bondad y permanencia. Bondad porque sólo el bien puede propiciar la felicidad, y permanente porque sólo lo que permanece supone un objetivo inamovible por lo cual se puede sufrir sin correr el riesgo de que el sufrimiento haya sido en vano. Lo que permanece es más bien de carácter inmaterial, precisamente porque la materia, por definición, es transformable y perece. Si hay algo que es inmaterial y que llena la vida de profundidad y significado, son los lazos que se crean con las personas. Se puede perder todo, pero aun así la vida puede tener sentido gracias a los demás. Lo que realmente importa puede ser compartido entre varios sin que por ello su valor disminuya, sino que nuestra capacidad de recibir y de procurar lo bueno aumenta en función de la relación. Es el amor aquello que resulta en una felicidad permanente porque es, en esencia, un bien que radica en siempre procurar el bien de los demás, a pesar del sufrimiento.
Supone el dolor un estado pasivo que es irrenunciable e invariante a lo largo de la vida; pero su presencia aporta seriedad y profundidad a lo vivido. El sufrimiento es paso obligado para alcanzar los hábitos del carácter porque supone el rechazo del placer inmediato con el fin de alcanzar un bien mayor a posteriori. También es un medio que purifica nuestro modo de vida: nos muestra la realidad de nuestros deseos y sale a la luz aquello que realmente puede sustentar la felicidad: el amor. Finalmente, el sufrimiento puede ser utilizado para acrecentar el amor, se sufre por amor a la persona amada para procurar su bien, acrecentándose el amor de por medio.