¿Qué pasó hace cinco años?
La mayor prueba de la descomposición de la sociedad civil española es la pérdida de su capacidad de memoria
¿Cuándo se hizo más evidente que nunca el estado de descomposición de la sociedad civil española? El 14 de marzo de 2020. En ese momento se constató la inercia de un cuerpo que otrora contenía vida, pero que había perdido ya toda capacidad de reacción.
Resulta sencillo olvidar lo que sucedió hace 5 años. La sociedad de la distracción nos arrebata la memoria y nos lleva a correr un tupido velo sobre lo que, en circunstancias normales, debería despertar en nosotros un sentimiento de indignación. ¿Qué pasó hace 5 años? Lo hemos olvidado. Y lo hemos hecho no porque lo acontecido careciera de la gravedad suficiente como para merecer ser recordado, sino porque no sirve para el relato ideológico impulsado por la maquinaria estatal.
Hasta tal punto ha quedado impedida la sociedad civil española que ya no es capaz de recordar por sí misma. Hasta tal punto se ha desintegrado el tejido social, la idea de comunidad, que no es posible encontrar motivación para rememorar si esta no viene precedida de intereses políticos. ¿Por qué si no se habla aún de los 7.291 fallecidos en una región concreta del país, mientras se ignora y olvida a los 114.469 restantes? ¿Son acaso menos válidos, menos dignos de ser recordados?
Tuvo que llegar una pandemia para hacer evidente un hecho que, para muchos, había pasado desapercibido: que se había perpetrado un asesinato, en público y a la vista de todos. Que el llamado Estado del Bienestar, a través de la usurpación de funciones que corresponden a las instituciones intermedias de la sociedad, había hecho realidad el sueño de todo gobernante: la capacidad de hacer cumplir cualquier cosa aplicando la dosis adecuada de miedo. En efecto, la balanza entre libertad y seguridad se había inclinado tanto en perjuicio de la primera y en favor de la segunda que la masa olvidó que es imposible la seguridad cuando se suprime la libertad, pues el hombre queda entonces a merced de la voluntad del gobernante. Como perros domesticados, dominados por el temor, acudimos al abrazo protector del Estado. ¡Incluso lo celebrábamos con caceroladas! Qué poco tiempo ha hecho falta para constatar, al contrario de lo que se afirmaba, que de la pandemia no salimos más fuertes.
La mayor prueba de la descomposición de la sociedad civil española es la pérdida de su capacidad de memoria. Como quien bloquea una experiencia traumática y la borra de su recuerdo, hemos decidido pasar página sin hacer examen de conciencia. La vida agitada y cómoda, que rehúye el silencio y la actitud reflexiva, nos sirve de escudo ante la posibilidad pavorosa de mirar atrás o, mejor dicho, dentro de nosotros mismos.
Repetimos la pregunta, a riesgo de ser cargantes. ¿Qué pasó hace cinco años? Que pusimos un precio a nuestra libertad, y resultó ser más barata de lo que nos figurábamos. Que no se manifestó reparo alguno a la supresión radical de la libertad individual por parte del Estado. Que el pueblo, ese al que tanto excita términos como ‘solidaridad’ o ‘inclusividad’, colaboró de manera entusiasta con el señalamiento de vecinos, familiares y amigos.
¿Era sensato ese miedo? ¿Tenían la realidad de su parte quienes aceptaban medidas draconianas de control estatal? Respondamos a estas con otras preguntas. ¿Fue sensato ocultar la llegada del coronavirus a España por razones de estrategia política? ¿Tenía sentido que el 8 de marzo el virus fuera un detalle nimio, que no podía parar la celebración feminista, y que el 9 pasase a ser una amenaza existencial? ¿Tenía sentido apoyar unas medidas que el Gobierno aplicaba basándose en un comité de expertos que, en realidad, nunca existió? ¿Cómo podemos decir entonces que eran medidas apoyadas por la ciencia y destinadas a protegernos? ¿Acaso fue científico un pasaporte de vacunación que establecía ciudadanos de primera y de segunda, según decisiones que corresponden a la esfera privada, cuando la vacuna no impedía la transmisión? ¿Fue sensato que se nos dijera que las mascarillas no eran necesarias, para después obligar a llevarlas incluso al aire libre? Y, por encima de todo, ¿a qué respondía, sino a la misma lógica de la quema de brujas, de la búsqueda de chivos expiatorios, el señalamiento y la descalificación de todos los que se hacían alguna de estas preguntas?
Por supuesto, nadie se esforzará ya por responder a estas cuestiones. Del mismo modo que nadie asumirá responsabilidades por los proyectos de vida arruinados, los familiares que no pudieron dar un funeral digno a sus seres queridos, ni por la oleada de enfermedades mentales y problemas del desarrollo en el aprendizaje que surgieron entre los más jóvenes, provocados por los efectos de la cuarentena. Y nadie asumirá responsabilidades porque nadie las reclamará. Porque hemos optado por esa amnesia colectiva, y porque preferimos que el delito prescriba.
Tal vez no merezca tanto la pena preguntarse qué pasó hace cinco años como plantearnos qué no ha pasado desde entonces. La sociedad civil no sólo ha perdido su memoria, sino también su vitalidad. Lo que queda de su cuerpo es exprimido lentamente, día a día, por el Estado del Bienestar. Y es que donde entra el Estado no caben los cuerpos intermedios. No caben la familia, la iniciativa privada y la comunidad. Mientras nuestra existencia acomodada nos lleva a optar por el abrazo seguro y protector del Estado, poco a poco nos va faltando el aire, del mismo modo que la constricción de la serpiente asfixia a sus presas de forma lenta y gradual, pero determinante. De nosotros depende reactivar el cuerpo y salir de este entuerto con vida.
Cuanta razón en todo lo escrito. Mensajes a destacar "no puede haber seguridad sin libertad" y " en una sociedad de la distracción solo miramos hacia afuera y no hacemos un trabajo interno y de reflexión"
Si trabajáramos más en nosotros mismos hacia adentro, y no tanto hacia fuera otro gallo cantaría. Una sociedad gobernada por psicópatas que necesita esclavos para poder ser mantenida tal y como la conocemos.
Si algo caracteriza a la sociedad española es su mansedumbre, su capacidad de aceptar todo lo que se le impone sin rechistar y de convertirse en su propia enemiga. Resulta muy sencillo para los gobernantes volvernos los unos contra los otros y manipularnos para satisfacer sus propios deseos de poder. Es una lástima que nada vaya a cambiar.